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La Tribuna

Padre Gustavo Valencia: una mirada de vida inspirada en el trabajo con la comunidad

por Valentina Balboa

Con 35 años inmerso en la vida religiosa, comparte su experiencia y gratitud por un estilo de vida que lo ha cautivado en diversas partes del mundo.

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Sus raíces están en Santiago, tanto aquellas que lo vieron crecer como las que le dieron la razón de ser hasta la actualidad. Dejó pasar su niñez y adolescencia en Maipú, luego en Cerrillos.

Alumno del colegio Don Orione, en la capital de Chile, se dedicó a estudiar para ser mecánico en máquina de herramientas. Con el paso del tiempo las experiencias de su vida empezaron a formar la idea de lo escogería.

Mientras la época de aquellos estudios transcurría, se dio cuenta de que algo llegaba a su vida: la vocación.

El padre Gustavo Adrián Valencia Aguilera, proviene de una familia de cuatro integrantes. Su padre, quien falleció hace seis años, su madre y su hermana menor, quien sorpresivamente, optó un similar camino escogiendo ser “monjita”, como expresa con cariño.

Fue mientras realizaba un noviciado de filosofía en la Universidad Católica de Buenos Aires, que la noticia cruzó la cordillera para llegar a sus oídos, ya que, según recuerda el párroco, se enteró en el transcurso de esos años en el país vecino que su hermana menor tenía vocación, al igual que él, a la vida religiosa.

Mirando al pasado, rememora también aquellos juegos de niñez que lo conectaron a él y a su hermana, con otra vida que fue destinada al servicio, ya que como recuerda el párroco “una amiga de la infancia también se hizo religiosa, pero conventual. Ella vive en clausura, allá en Santiago. Así que a los tres, que éramos niños y que jugábamos juntos, el señor tocó en nuestras vidas”.

UNA VIDA DE APRENDIZAJE

El padre Gustavo comenzó a darse cuenta que la vida religiosa era algo suyo a los 14 años, mientras pasaba los días participando de la parroquia Don Orione, en Santiago, y tiempo después siendo monaguillo. Fue así que a sus 16 años, cuando cursaba tercero medio, se integró a la congregación.

Ya con 17 años viajó a Argentina, donde estuvo por tres años; luego, hizo su práctica pastoral durante dos años en Los Ángeles, trabajando en un hogar de ancianos.

En 1990 fue nombrado director durante tres años del colegio Don Orione, con 1.500 alumnos, en una ciudad bordeada por el mar, Quintero.

Luego, la congregación decidió enviarlo hasta Iquique, con la finalidad de que fundara, fuera director y representante legal del colegio Obispo Labbé.

Luego de dicha experiencia, regresó a Santiago, para volver a partir. Viajó hasta Italia por siete meses, con el objetivo de realizar su formación de seminaristas.

A su regreso a la capital, ocupó el puesto de director del siempre colegio Don Orione, que lo vio formarse en sus aulas, por donde se mantuvo durante 10 años.

Para el año 2000 se había convertido en provincial de la congregación, lo que como indica el religioso, “significa la autoridad máxima de la congregación en Chile”, cargo que mantuvo hasta el 2006.

Actualmente, y desde hace ya 9 años, es párroco de la diócesis Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, iglesia ubicada en la esquina de Orompello con Colón, en Los Ángeles.

Haciendo cuentas entre años y fechas, afirma que han sido 35 años dentro de la vida religiosa y 27 años de sacerdocio.

¿FIELES DE ANTES O DE AHORA?

Con la mirada del padre, cargada de experiencia y trayectoria, compara un antes y después en la formación religiosa de quienes han decidido seguir el camino de creer, algo que él ha presenciado durante años.

Es así que expresa un cambio en la decisión que toman los jóvenes, principalmente, ya que enfatiza en que “antes la participación de los jóvenes era en más cantidad, hoy día puedo decir que es mejor la calidad”.

Recuerda que en tiempos ya pasados, la juventud que cursaba estudios universitarios, tenía tendencia a alejarse de la iglesia, mientras que ahora, y en la parroquia de la que es párroco, la juventud llega a ser el 90% de los fieles.

Es por esto que el trabajo para guiar a los jóvenes no tiene vacaciones, ya que como indica el padre Gustavo “durante el verano, hemos estado todavía preparándonos y ahora a principio de marzo, cuando empiezan las actividades, hacemos una misión urbana donde van a ir todos los jóvenes, especialmente ahí frente al terminal rodoviario, al territorio parroquial a hacer misión”.

UN PADRE CON OPINIÓN

Uno de los temas que ha estado en la palestra angelina por estos días, es la construcción de un nuevo estadio y los recursos que se implementarán para dicho proyecto, ya que han sido varias las autoridades que, opuestos al uso de estos dineros, insisten en que hay otras prioridades.

Frente a esto, el padre tiene nada más que una opinión clara, ya que enfatiza en que se necesita ver la realidad para comprender que esta contrariedad al proyecto es legítima.

“Yo estoy totalmente de acuerdo de que, en verdad, hay muchas otras prioridades. A mí me toca atender de vez en cuando a los enfermos del hospital, porque tengo que llevar la unción, y uno ve en la Urgencia gente en camillas, o algunas veces sentadas, así simplemente en sillas casi de colegio, esperando la atención” comentó el párroco.

Es así que asegura que quien no conoce dicha situación, puede mostrarse a favor del proyecto, pero por otro lado, quien “tiene un enfermo, que ve que nadie lo atiende y que pueden pasar horas sin que lo vea un médico, reafirma entonces dónde verdaderamente uno debería zanjar cuáles son las prioridades”.

Sin embargo, el trabajo que ha desarrollado en la ciudad, lo ha cautivado, ya que asegura está “radicado” en Los Ángeles hasta que sus superiores le indiquen lo contrario.

Una ciudad en la que ha visto crecer personas que forman su vida religiosa, y que en el hoy por hoy, le entrega una de las más grandes satisfacciones, gracias al trabajo en conjunto con la comunidad, en la que se están formando a tres jóvenes para la vida sacerdotal.

Es así que continuará su labor de párroco, compartiendo el mensaje de seguir una vida religiosa, ya que con plena seguridad, afirma que “seguir a Cristo es la experiencia más linda que uno puede tener, porque Cristo jamás a uno lo deja solo y está siempre atento a nuestras necesidades. El que vive con Cristo no está en soledad, sino que tiene toda una comunidad que lo apoya y lo hace sentirse querido por ellos”.

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