Objetivos comunes, lo que construye la sociedad

Chile y cualquier país del mundo, desde su poder ejecutivo - mandante de todos los programas y planes para la población- pasando por los municipios y terminando en las organizaciones sociales y juntas de vecinos, surge de individuos, que bajo la vocación de servicio público, se unen para llevar a cabo un plan de trabajo que busca aportar lo mejor de cada persona para generar el tan ansiado bien común.

Bajo esta premisa, se construyen los puentes, las carreteras, los puertos, los hospitales, se inician los proyectos de aeropuertos y se sueña con la ciudad, la provincia o el país de los próximos 20 o 30 años.

Lo mismo ocurre a menor escala en cada empresa e incluso al interior de las familias.

Con objetivos comunes se logra, por ejemplo, el sueño de la casa propia, el automóvil o hechos que trascienden, como que a los hijos les vaya bien en el colegio para posteriormente verlos en la universidad y luego profesionales.

Bajo estos anhelos en común de un grupo determinado, se pueden lograr muchos cambios importantes, por ello, es tan incómodo y desagradable para la ciudadanía, ver como nuestras autoridades y políticos, en vez de velar por los proyectos que permiten construir el bienestar, se dedican a desprestigiarse, a destruirse, a maltratarse y a difamarse.

En una utopía, si nuestros líderes -independiente de su pensamiento político- buscaran en base a los elementos que, más allá de la postura ideológica y las ansias del poder, les permitieran llegar a acuerdos respecto a los avances más sustanciales para el pueblo, sin importar al final quien corte la cinta, sin lugar a dudas que habríamos dado hace mucho tiempo un salto al desarrollo.

Y eso es porque nos hemos transformado en una sociedad de la desconfianza, de la duda y lo más triste de la ignorancia voluntaria, es decir, la gente no quiere informarse ni saber de política, porque se perdió la credibilidad.

Necesitamos lograr como sociedad y como grupo humano, buscar en la contraparte los puntos que nos unan y las fortalezas que permitan entregar calidad de vida a los nuestros y al entorno.

Tal como el núcleo familiar anteriormente mencionado, los hermanos o los padres, tienen pensamientos diferentes, incluso en muchos casos religiones o posturas frente a la vida muy distintas entre sí. Sin embargo, cuando se trata de surgir y salir adelante, todos avanzan hacia el mismo lado. Replicando esta fórmula, basada en el cariño y la confianza, no cabe duda que seríamos mejores.

La confianza y la honestidad son conceptos muy utilizados y manoseados en nuestra sociedad, pero en su esencia, son las herramientas fundamentales para un buen camino, un buen desarrollo y un gran resultado.

Si uno no confía, simplemente no hay desarrollo, no hay progreso y mucho menos bienestar.

Es hora que como sociedad nos aprendamos a mirar a los ojos, a buscar los objetivos comunes que queremos lograr y dejar esas divisiones destructivas que sólo siembra el odio.

Quizás es un imposible, pero nunca está demás dejar el mensaje.