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La Tribuna

El día del joven delincuente

por Carolina Bassa

La muerte del cabo Gálvez, quien tenía una hija de ocho años y a su mujer embarazada, es un acto repudiable, que no se condice con los deseos de democracia, más bien, sólo parecieran usar el trasfondo ideológico para realizar actos aberrantes. Lo que es peor, afectando a personas inocentes.

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Ayer se cumplieron 30 años de la muerte de los hermanos Rafael y Eduardo Vergara, en un confuso incidente ocurrido en la comuna de Estación Central en Santiago. Los hombres de 18 y 20 años, según las primeras versiones, se aprestaban a asaltar un local comercial, cuando un grupo de Carabineros, los habrían acorralado y disparado.

Esta versión resultó confusa y contradictoria respecto a la forma en que habrían ocurrido los hechos, es más, ni siquiera hubo una denuncia por el asalto en el sector ni informe correspondiente, por lo que se atribuyó la hipótesis de un crimen político y que el supuesto robo, no era otra cosa que un montaje para limpiar la situación.

En un informe de la Comisión Rettig, se ratificó que los hermanos fueron ejecutados por agentes estatales y no por Carabineros, a causa de violencia política. Por esta razón, en mayo de 2008, el ministro en visita, Carlos Gajardo, dictó condenas por homicidio contra los ex –uniformados, la que fue apelada.

A partir de este hecho, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR, decidió conmemorar esta fecha como el Día del Joven Combatiente. Sin embargo, pese a que la dictadura se terminó hace 25 años, la comunidad ha tenido que soportar protestas, disturbios y enfrentamientos delincuenciales en distintos puntos del país, con personas que, en muchos casos, ni si quiera saben del porqué de la fecha.

Este domingo en la capital, el cabo segundo Alejandro Gálvez Gálvez, que nació precisamente en el año que ocurrió el asesinato de los hermanos, y que por ende no tiene responsabilidad alguna en los hechos, recibió un proyectil en la parte superior de su chaleco antibalas, el que penetró a la altura del cuello, lo que le causó la muerte horas más tarde en un consultorio de Lo Espejo.

La sociedad está cayendo en un absurdo sin precedentes con este tipo de conductas. La muerte de este carabinero no tiene justificación, y asimismo, lo sería si afecta a otra persona.

La administración de Augusto Pinochet terminó hace décadas, el general (r) murió en diciembre de 2006, y gran parte de los involucrados se encuentran actualmente con una edad avanzada e incluso sus hijos lo están. Quienes se encuentran en la calle cometiendo vandalismo, son algunos de estas nuevas generaciones que no tienen conciencia alguna de las razones que se vivieron en el país, para quienes eran adherentes o detractores del régimen y que legítimamente lucharon por sus ideales.

Hoy eso es parte de la historia. No cabe duda alguna que aún falta justicia para muchas familias y ese, es un deber del Estado que está pendiente, pero nada justifica que el recuerdo de tiempos pasados genere odiosidades en las nuevas generaciones.

De nada sirve haber retornado a un país democrático, si como sociedad se permiten estos actos dañinos.

La muerte del cabo Gálvez, quien tenía una hija de ocho años y a su mujer embarazada, es un acto repudiable, que no se condice con los deseos de democracia, más bien, sólo parecieran usar el trasfondo ideológico para realizar actos aberrantes. Lo que es peor, afectando a personas inocentes.

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