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La Tribuna

In memoriam

por Leslia Jorquera

Hoy esos jóvenes tendrían poco más de 30 años. Algunos habrían formado familia, estarían dándoles a sus padres la alegría de un nieto o construyendo una vida, sin embargo, esto no es así y, aunque pasen los años, ese dolor en las familias de lo que pudo ser aún está presente.

Un día como hoy 18 de mayo, hace exactamente 12 de años, 45 integrantes de un batallón de conscriptos pertenecientes al Regimiento Reforzado Nº 17 de Los Ángeles y que cumplían con su servicio militar, perdieron la vida en una de las tragedias más terribles que recuerde la historia democrática del país.

¿Qué buscaban esos jóvenes? La mayoría eran muchachos que provenían de familias de alta vulnerabilidad social y que buscaban por medio de su servicio militar, desarrollar una carrera como soldado al interior del ejército.

Sin embargo, la inoperancia de quienes estaban al mando, hizo que el sueño y el anhelo de toda una familia cambiaran de un segundo a otro.

Hoy esos jóvenes tendrían poco más de 30 años. Algunos habrían formado familia, estarían dándoles a sus padres la alegría de un nieto o construyendo una vida, sin embargo, esto no es así y, aunque pasen los años, ese dolor en las familias de lo que pudo ser aún está presente.

No habrá indemnización, homenaje del ejército, conmemoración comunal o placa recordatoria, que pueda sanar esa herida.

Tal como ocurrió con las víctimas fatales producto de las adversidades políticas de nuestro país entre 1970 y 1990, el dolor y la rabia, en muchos casos se mantendrán.

Quienes han tenido la oportunidad de recorrer el Parque Nacional Laguna del Laja, podrán estar de acuerdo en que el sentimiento de recogimiento de los visitantes frente a tantas animitas repartidas por el camino. Es impactante porque alguna vez, esas decenas de piezas de mármol, eran seres humanos que murieron congelados a 10 grados bajo cero, por no ir preparados con la vestimenta necesaria a la instrucción militar que se realizó en Los Barros.

Hoy únicamente queda resignarse ante este hecho, ya que nada devolverá a quienes partieron, pero al menos, ha permitido que el ejército profesionalice e internalice dentro de sus procedimientos la dignidad de sus conscriptos, que si bien juran dar la vida si fuese necesario, no es para hacerlo por errores de sus superiores.

En esta editorial, un sentido abrazo a cada uno de los padres, madres, hermanos, tíos, primos y abuelos de las víctimas de Antuco.

 

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