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La Tribuna

Historias de un Cementerio General a punto de colapsar

por Víctor Contreras

Floristas son hijas del primer sepulturero y cuando niñas jugaban a las escondidas en los nichos, asimismo, su nieto convirtió el oficio en tradición familiar. En este cementerio también fueron enterrados soldados de la Guerra del Pacífico, en una historia que determinó el popular dicho "el pago de Chile".

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El equipo de investigación del Diario La Tribuna buscó las historias más relevantes que ofrece el Cementerio General de Los Ángeles, cuya capacidad está llegando a su límite, por lo que deberá cerrar sus puertas más temprano que tarde.

Hace cuatro años que el Cementerio Católico fue cerrado, y esto provocó que incrementara considerablemente la demanda en el Cementerio General, acelerando el tiempo para que llegue al límite de su capacidad.

Ya no están disponibles ventas a largo plazo y los espacios que quedan están reservados para los casos de disponibilidad inmediata, puesto que por ley, el campo santo no puede negarse a prestar este servicio.

Sin embargo, la mayoría de los funerales que ahí se realizan corresponden a linajes familiares, por lo que se ha podido ir ganando espacio, acomodando de manera más práctica a los miembros de un mismo clan.

Es un campo santo que se ve lleno, pero no sólo de tumbas, sino que de historias.

EL PRIMER SEPULTURERO Y COCHERO

En los inicios del Cementerio General sólo trabajaban tres personas en él. Uno de ellos era don Bicho, padre de las mujeres que venden las flores frente a este recinto.

Don Bicho era el cochero y el sepulturero, cuentan sus hijas.

Él era el encargado de hacer un trabajo integral en cuanto a las defunciones se refiere, trasladando al fallecido, haciendo el hoyo del que será su última morada y realizando posteriormente el entierro.

Había dos coches para movilizar los cuerpos, uno de primera clase y otro de segunda. El primero de ellos tenía detalles de madera y bronce, y estaba reservado para los difuntos que tenían cierta influencia o poder en la sociedad, mientras que el de segunda clase era más modesto y estaba destinado al resto de los funerales.

Don Bicho vivía frente al cementerio y trabajó por más de 35 años realizando estas tareas. Su familia tenía que convivir con todo lo que implicaba su rubro, y por ende convivieron de manera cercana y especial con este recinto.

JUEGO DEL MIEDO

Sus hijas crecieron y terminaron dedicándose también a labores directas del cementerio, como lo son las ventas de flores tan necesarias en los ritos funerarios.

Sin embargo, contaron al Diario La Tribuna cómo fue su niñez visitando el campo santo. Cuentan que era normal para ellas jugar en los alrededores del recinto y que entendieron desde chicas el sentido de la muerte como un proceso natural de la vida.

“Lo que más nos gustaba era ir a tocar la campana del cementerio a las 12 de la noche en Año Nuevo; corríamos todas a tocarla, no nos daba miedo, nos encantaba hacer eso todos los años y para nosotras era una aventura ir de noche, sin luz entre las tumbas”, comentan las mujeres.

Asimismo, relatan uno de los juegos que seguramente muy pocos niños (o adultos) se atreverían a jugar. “Siempre jugábamos a las escondidas en el cementerio, y usábamos los nichos y algunos hoyos que hacía mi papá para escondernos”, expresan.

“No nos daba miedo, nos divertíamos mucho; para nosotras era un juego de niños y lo disfrutábamos, estábamos acostumbradas a estar siempre en ahí, así que es lógico que todos nuestros juegos los hacíamos en ese lugar”, relataron.

RUBRO FAMILIAR

El negocio de las flores surgió como algo natural en la familia; ellas conocían el funcionamiento del cementerio y vivían enfrente de él. No fueron muchas las coincidencias que tuvieron que darse para que aquellas niñas que jugaban entre tumbas terminaran relacionadas con ese rubro.

Cuentan que a pesar de estar desde siempre cercanas a la actividad funeraria, ello no las insensibiliza ante el tema de la muerte, muy por el contrario, muchas veces han tenido que ver gente querida sufriendo, y eso les afecta.

También han tenido que servir de consuelo a muchas personas que llegan a comprar las flores en un estado de mucha depresión, y son ellas las que de alguna forma también han ayudado a aliviar el dolor de aquellos desconocidos.

De igual forma, ellas sufrieron mucho con la muerte de su madre, una mujer ejemplar en todo sentido, cuentan. “Aún sufro cuando recuerdo a mi mamá o escucho que alguien despide a la suya; nunca dejaré de recordarla y amarla”, comenta emocionada Gabriela Quezada, una de las hermanas.

DE TAL PALO, TAL ASTILLA

Ariel Rubio Quezada es nieto de don Bicho y también se crio jugando en el Cementerio General. Vio cómo su abuelo realizaba las labores de sepulturero y terminó enamorándose de esta profesión, aprendiendo simplemente del mejor.

En su larga trayectoria, don Ariel ha visto muchas cosas y anécdotas. Sin embargo, la más curiosa de ellas transcurrió cuando él era un niño pequeño.

“Nosotros con los cabros del barrio una vez encontramos un cráneo, y era tan redondito que empezamos a jugar a la pelota con él. Éramos chicos e inocentes, así que no veíamos maldad en el asunto, pero una vez me vinieron a penar en la noche, me agarraron fuerte de los pies en mi cama, eso me asustó mucho y nunca más volví a jugar con el cráneo”, contó don Ariel.

También recordó una anécdota que ocurrió en uno de los tantos funerales a los que debió asistir: “una vez, antes de que bajáramos un ataúd, la familia quiso ver a la finadita por última vez, entonces al abrir el cajón no se veía nada, no estaba, todo el mundo se alteró y comenzó el caos”, comienza su historia.

“Todos comenzaron a gritar ‘dónde está la María’, y nosotros también nos asustamos, pero resulta que la finadita era tan chiquitita que se había ido al fondo del cajón; cuando la encontramos se produjo un momento de gracia en el funeral porque todos empezaron a gritar ‘apareció la María’. Hasta algunos que estaban medios curaditos empezaron a tirar tallas con el asunto al tiro”, puntualizó.

HÉROES SIN GLORIA

Luego de terminada la Guerra del Pacífico, muchos soldados regresaron a las ciudades de donde eran originarios. Muchos eran de la octava región, y algunos también de Los Ángeles.

Luego de regresar tras haber peleado en una guerra que determinó un hito muy importante para la historia de Chile, estos soldados fueron quedando en el olvido y comenzaron a sentir el desprecio del país al que defendieron con su vida.

Se fueron quedando en el olvido y muchos terminaron viviendo en la extrema pobreza, bajo la total desconsideración a la hazaña de la que fueron parte.

Finalmente, al morir, fueron enterrados sin pena ni gloria en el Cementerio General de Los Ángeles, en espacios comunes sin el reclamo de ninguna institución de la época, dando lugar al dicho popular “el pago de Chile”, en referencia a esta situación que se dio en otras ciudades también.

Son alrededor de diez soldados de la Guerra del Pacífico que aún permanecen en este campo santo, aunque con el pasar de los años, su historia fue dignificada y recibieron los homenajes que en vida nunca pudieron disfrutar.

UN CEMENTERIO QUE SE VA QUEDANDO CHICO

El Cementerio General está llegando a lo que es su capacidad total, ante esto, las autoridades municipales ya manejan alternativas para lo que serán las nuevas dependencias de un campo santo con historia, pero que debe contar con un nuevo espacio, ya que la población de la ciudad crece paulatinamente.

Alfonso Arriagada, jefe del Área de Cementerio de la Municipalidad, comentó que “obviamente el cementerio está llegando al límite de su capacidad, esto no es que va a colapsar, pero sí que se acerca ya lo que es su vida útil, ya que hay más demanda que oferta”.

Igualmente, la Secretaría Regional Ministerial de Salud informó a Diario La Tribuna que “en las inspecciones efectuadas por fiscalizadores de la Unidad de Saneamiento Básico de la Autoridad Sanitaria no se han detectado problemas sanitarios asociados a la capacidad actual del recinto”.

Además, se señaló que “según el registro de nuestra plataforma OIRS (Oficina de Informaciones, Reclamos y Sugerencias), no hay ningún reclamo o denuncia de la comunidad respecto a este cementerio en los últimos años”.

Por su parte, el alcalde de la ciudad, Esteban Krause, afirmó que “estamos haciendo las gestiones para ampliar el terreno del cementerio, lo que posibilite mantener un espacio útil”.

Agregó que “la municipalidad compró un terreno en la salida norte de la ciudad, pero ahí podrían haber problemas de acceso, por lo que la mejor opción es ampliar en dos hectáreas el cementerio hacia el oriente. Ya se está trabajando en eso con la Subsecretaría de Desarrollo Regional”.

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