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Leslia Jorquera

Samuel Fernández Illanes.

Fac. Derecho, U. Central

por Leslia Jorquera

Las Naciones Unidas y su sistema, creado precisamente para evitar que estos caudillismos pusieran nuevamente al mundo en peligro de una confrontación planetaria, como ocurriera dos veces en el siglo pasado, lo basaron en el equilibrio de la seguridad colectiva.

Las relaciones internacionales mantienen algunos de sus enigmas. Quienes las analizan, no sólo intentan explicar lo sucedido, sino que procuran desentrañar sus proyecciones venideras, ya que adivinar no es posible. Los vaticinios, en verdad, raramente aciertan. No obstante, hay elementos que por su repetición, marcan un cierto rumbo. Así ha sucedido en los últimos años y confirmado en el que acaba de terminar. Hay varios, por lo que basta con mencionar uno significativo. El papel cada vez más determinante de los dirigentes de muchos países, a veces por sobre sus acostumbradas políticas exteriores ya conocidas o desarrolladas en el tiempo. Hoy constituyen un factor adicional prioritario. Controlan sus gobiernos de manera evidente, acumulando cada día un poder más personalizado, en ciertos casos, cercano a la divinización, donde la ciudadanía queda sometida, sin opción de sustituir a quien los dirige, aunque protesten en las calles.

El resultado es claro, tanto para el sistema internacional como para el derecho, que se debilitan y pierden la fuerza necesaria para contener estos nuevos líderes omnipotentes. Las Naciones Unidas y su sistema, creado precisamente para evitar que estos caudillismos pusieran nuevamente al mundo en peligro de una confrontación planetaria, como ocurriera dos veces en el siglo pasado, lo basaron en el equilibrio de la seguridad colectiva. Si bien con grandes imperfecciones, nos ha librado de una nueva guerra mundial, haciendo que el derecho se expanda y abarque todos los campos de la convivencia internacional. Estos parámetros han sido, en buena medida, superados por ciertos gobernantes, que muestran una creciente impunidad y belicosidad en diversos campos de acción exterior. Desprecian sus Cancillerías y su diplomacia, ya que se interrelacionan directamente por twits personales, donde evidencian su íntimo pensamiento.

En lo interno, procuran perpetuarse, a toda costa, por presión o manipulación de democracias sólo formales. ¿Un nuevo síndrome monárquico, tal vez? Los encontramos en todos lados y no es necesario individualizarlos. Son una nueva tendencia.

Samuel Fernández Illanes.

Fac. Derecho, U. Central

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