Editorial

Lluvias de invierno

Efecto de las lluvias de invierno, Fredy Muñoz, La Tribuna
Efecto de las lluvias de invierno / FUENTE: Fredy Muñoz, La Tribuna

Recuerdo las lluvias de invierno, las infinitas lluvias que parecían eternas. No era solo un día ni dos o tres. Eran semanas en que el agua caía, pertinaz. O eso parecía. La memoria de niños puede ser caprichosa y lo que pudieron ser unas cuantas jornadas de agua, transmutan en lluvias interminables.

Recuerdo cómo la tierra mojada se convertía en barro, y era omnipresente en los potreros, en los caminos o en la salida de la casa, y dejaba empantanada a la micro que se atrevía a entrar por esos senderos. Y los pasajeros - hombres, mujeres y niños - no tenían más remedio que bajarse y seguir el resto del trayecto a pie bajo una lluvia incremente hasta llegar a sus destinos, o resignarse a esperar hasta que alguien podía sacar la máquina del lodazal.

Recuerdo los cortes de luz, las tormentas eléctricas que se observábamos - asombrados y perplejos - muy a lo lejos. Destellos de luz y sonidos estremecedores. Recuerdo el miedo de mi padre. No creo rememorar hubiese algo más que lo atemorizara, que lo hiciera estremecer en su estampada siempre adusta (quizás por un mal recuerdo de niño).

Recuerdo la humedad que se colaba por todos los rincones de la casa, por las rendijas de pisos y paredes de madera, que se instalaba en los gruesos muro de adobe. La lluvia golpeando con fuerza la ventana de la cocina.

Recuerdo la estufa siempre encendida que entibiaba la casa, cómo se debía alimentar de leña para que no mermara el calor que brotaba de ella. El brasero encendido para entibiar algún dormitorio. El fraile, ese invento de palos de coligües para deshumedecer las camas.

Recuerdo a mi madre esperándome con una muda completa de ropa seca, sabedora que la lluvia - especialmente si era atizada por el viento - traspasaría mi uniforme de colegio. Y llegaba y me cambiaba la ropa y me quedaba en cama con una taza de agua con manzanilla y unas hojas de menta para evitar algún resfriado.

La recuerdo cuidándome en las noches por algún resfrío que me tumbaba en cama, porque mi salud era frágil y solía pescarme cualquier virus que pululara por ahí. Y eran noches que podían ser muy largas cuando la fiebre no me bajaba o el dolor de oídos me dejaba dormir. Y ahí estaba ella, junto a mí, aplicando algunas recetas, como los cucuruchos de papel encendido, de los cataplasmas de orégano o la esperma de vela en papel de diario, en las aguas con hojas de romero, naranjo.

Recuerdo los cortes de luz por una jornada intensa de lluvias, con unas pocas velas encendidas, escuchando la radio a pilas, enterándonos de las noticias sobre lo que sucedía en otras partes por los temporales. De las veces en que se anegaba el centro de Los Ángeles por el desborde del estero Quilque, de cuando se salía el río Andalién, de las veces en que se salía el Mapocho en la capital, de las ocasiones en que las calles de las ciudades se convertían en verdaderos ríos y los vehículos parecían naufragar.

Recuerdo las lluvias de invierno, las infinitas lluvias que parecían eternas.

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