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Guerra comercial

por La Tribuna

guerra comercial / Pixabay

La reciente decisión del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de aplicar nuevas tasas arancelarias a una amplia gama de países ha encendido las alarmas en los mercados internacionales y la prueba más evidente fue la reacción de las bolsas a nivel global, que tuvieron caídas sin precedentes.

Se trata, sin duda, de un nuevo capítulo en la incipiente guerra comercial que puede reconfigurar los equilibrios económicos del mundo, tensionar las relaciones diplomáticas y sembrar incertidumbre en un sistema ya frágil, tras años de inestabilidad causados por la pandemia. Las medidas de carácter proteccionista tendrán consecuencias aún difíciles de cuantificar a nivel planetario, pero que ciertamente afectarán a economías tan abiertas y dependientes del comercio exterior como la chilena.

Aunque algunos podrían ver que se trata de un conflicto lejano entre potencias, en realidad tiene ramificaciones profundas para países como el nuestro. Chile, por su naturaleza exportadora, es especialmente sensible a los vaivenes del comercio internacional. Ya ha sucedido así en crisis como el "efecto tequila" a mediados de los ’90, la crisis asiática o la crisis subprime en Estados Unidos.

La aplicación de aranceles de parte del mayor consumidor del mundo afecta no solo los flujos comerciales con Estados Unidos, sino también el equilibrio de los mercados a los que Chile destina su producción. A esto se suma la reacción de China, que ha anunciado represalias en la misma línea, lo que abre un segundo frente de incertidumbre para nuestras relaciones comerciales, considerando que el gigante asiático es nuestro principal socio económico.

En ese marco, la Región del Biobío, reconocida por su tradición industrial y agroexportadora, no escapa a este complejo escenario. El sector forestal, una de sus principales fuentes de empleo y divisas, podría verse afectado si se encarecen los costos de exportación o si se produce una sobreoferta global a raíz del redireccionamiento de productos originalmente destinados a Estados Unidos. Algo similar podría ocurrir con los productos frutícolas, los vinos o incluso con las manufacturas. En definitiva, están en juego los empleos, las cadenas productivas locales y la estabilidad de muchas pequeñas y medianas empresas que ya operan al límite.

Más allá de los efectos directos, esta guerra comercial plantea interrogantes sobre el rumbo del comercio a nivel mundial. La globalización que conocimos en las últimas décadas parece entrar en una fase de repliegue, marcada por el proteccionismo, la desconfianza y la competencia desleal. En este nuevo escenario, nuestro país deberá redoblar esfuerzos por diversificar sus mercados, fortalecer su institucionalidad comercial y apostar por acuerdos que resguarden sus intereses frente a los vaivenes geopolíticos.

Es urgente que las autoridades nacionales y regionales analicen con seriedad este nuevo contexto y elaboren estrategias de mitigación y adaptación. Es importante anticiparse a sus consecuencias. La historia ha demostrado que las guerras comerciales rara vez tienen ganadores, pero sí muchos perdedores. Hay que evitar ser uno de ellos.

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