No hay mucha divergencia
respecto de esta premisa: el reciclaje tiene diversos elementos muy valiosos
para aportar a la disminución de la crisis de sustentabilidad por la que
atraviesa el planeta. Reciclar implica reemplazar insumos que de otra manera vendrían
de recursos naturales, utilizando además mucha menos agua y energía. Aporta
también a la disminución de la cantidad de basura que enviamos de vuelta a la
naturaleza; basta dar una mirada a la crisis de plástico en los océanos o en
nuestros vertederos, donde cada día cada chileno aporta, en promedio, más de un
kilo de residuos.
El primer cuestionamiento que
podemos hacernos como país es cómo podemos reciclar tan poco, cerca de un 10%
versus cerca del 60% de los países más avanzados. En este caso, como en muchos
otros temas en que como país no damos el ancho, el problema de fondo es la
educación, sumado en este caso puntual a una comodidad inherente a las personas
y a la falta de facilidades físicas para depositar los residuos. Mal trio que
esperemos se convierta en dúo cuando por fin se promulgue el reglamento de la
Ley de Responsabilidad Extendida del Productor, que obligará a los fabricantes
de envases a recolectar un porcentaje de lo que genera y los puntos de
recolección aumenten. Lleva años en el proceso de fijar las metas y esperemos
que vea luego la luz, con una mirada de sostenibilidad y no empresarial.
Otro cuestionamiento, común
en quienes trabajamos en esto en las universidades, es respecto de si es
positivo aumentar el reciclaje. Suena contradictorio, pero se explica porque
antes de que el residuo llegue al sistema de segregación final hay otras
opciones. La primera es sencillamente no comprar lo que genere residuos,
tendencia que cada día gana espacios; si no genera residuos no existe reciclaje
posible. La segunda opción es reutilizar directamente los residuos, sin pasar
por procesos adicionales; los, en su tiempo muy nombrados, eco-ladrillos son un
ejemplo de esto, que nos lleva al tercer cuestionamiento ¿tenemos la capacidad
de reciclar todos los residuos? No en nuestro país. La capacidad de procesar
residuos para convertirlos en materia prima o productos no es infinita. Ejemplo
de esto ha sido el reciclaje de plumavit, que se copó a poco de anunciarse, y
el de polipropileno o tetra pack, que tampoco son siempre aceptados en los
pocos puntos en que se reciben, algunos periodos si, otros no.
No debemos olvidar que el
reciclaje funciona, en nuestra economía de mercado, como un negocio más. Si las
condiciones son favorables, existe quien esté dispuesto a realizar recolección
y reciclaje; si no es negocio, se acaba. Si aumentamos los procesos de
segregación exitosamente tendremos una mayor oferta de residuos, y de no
aumentar su demanda, su precio caerá inevitablemente, sacando del negocio a algunos
de los que participan, por ejemplo, en su recolección. Esto es así mientras no
lo asuma el Estado como una tarea propia de bienestar social o se legisle para
que sea obligación hacerlo.
La clave pareciera ser la
reducción de los residuos más que al aumento del reciclaje. Así planteado, el
rol de las universidades es clave. Primero en la formación de los profesionales
que, desde sus distintos ámbitos, aporten a la tarea de reducir residuos:
diseñadores absolutamente convencidos del eco-diseño, administradores que
optimicen procesos teniendo como regla la internalización de externalidades,
ingenieros con la capacidad de diseñar procesos innovadores de reutilización y
reciclaje que aumenten la demanda de residuos, educadores que enseñen siempre
los beneficios de reducir, y así en cada una de sus disciplinas, como parte de
una educación más amplia que los forme para aportar a la economía circular tan
necesaria y finalmente a la sustentabilidad en todas sus dimensiones.
Óscar Mercado
Director del Programa de Sustentabilidad UTEM.
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