Nos enfrentamos actualmente (sin el ánimo de ser
pesimistas) a un contexto que presenta factores desfavorables para el proceso
de enseñanza - aprendizaje dentro del aula.
Según diversas fuentes, estos elementos se expresan
en cifras como que existe, 1.2 millones de niños con trastorno sicosocial
severo, siendo la prevalencia total de trastorno psiquiátrico y discapacidad
psicosocial en niños y adolescentes de un 22.5%. Además, las denuncias de
bullying y acoso escolar han aumentado un 74% en cuatro años, el suicidio
figura como segunda causa de muerte entre adolescentes en nuestro país, más de
la mitad de los estudiantes universitarios presentan altos índices de estrés y
ansiedad, la violencia actual presente en las aulas incide entre un 20% y un
33% sobre el rendimiento académico de los alumnos.
Así la lista puede ser engrosada según la
experiencia de cada uno; en ese sentido, el psicólogo, investigador y experto
en apego, Felipe Lecannelier, expone que el estrés y las experiencias
emocionales inhiben y condicionan negativamente el aprendizaje.
En este sentido, tras estudios se revela que Chile
aparece como el país con los índices más altos en emociones negativas como
miedo y tristeza, además de quedar posicionada como la nación donde más se
castiga y se grita a los niños, lo anterior porque no existen espacios para
expresar las emociones. Ahora bien, si nuestro país es uno de los que más horas
de clases tiene y por tanto, los estudiantes pasan mucho de su tiempo en las
aulas, a los profesores desde la educación inicial a educación superior, alguna
responsabilidad nos compete.
En esta misma línea, es absolutamente válido
preguntarse ¿por qué (no sólo en educación) pareciera que hubiese una moda de
hablar de las emociones, si como característica innata de los seres humanos
siempre las hemos tenido? Pues, quizás la respuesta esté que, en nuestra
cultura occidental, el rol de las emociones, no se ha concebido como serio y prevalece
una creencia arraigada, al mencionar que una persona está emocionada,
representa claros atisbos de irracionalidad, infantilismo e incluso que carece
de civilización.
Es por lo cual en el año 1997 Goleman, explica que
durante décadas lo cognitivo se ha vinculado a la razón y el cerebro, lo que ha
repercutido en ligarlo con lo inteligente, profesional, científico, académico,
e incluso masculino. Por el contrario, el área emocional se ha relacionado con
el corazón, los sentimientos, lo familiar, los instintos y lo femenino; en
otras palabras, la tradición ha expuesto que lo racional se ha considerado como
superior a lo emocional. Es gracias a la evidencia empírica, que este mito cae
y se entiende que educar las emociones es una innovación educativa que responde
a necesidades sociales, no atendidas en la educación formal (Bisquerra, 2003:
9).
Es entonces, desde nuestra característica innegable
de seres sociales que necesitamos ser educados por medio de las emociones,
intentando que la educación que impulsemos dentro del aula conserve el
principio de lo socio-emocional. Con esa única característica es que
lograremos avanzar hacia una sociedad que promueva la inclusión y la equidad y
que además, trate de erradicar fenómenos anómalos que vivimos actualmente, con
la conciencia de que quizás los efectos positivos de nuestro actuar no lo
disfrutaremos nosotros mismo sino nuestras generaciones futuras, lo que se
vincula al principio de sostenibilidad y por otro lado, al valor de la empatía
que es fundamental para desarrollar la significación de lo social.
Faviola
Inostroza Pardo
Jefa
carrera Educación Diferencial
Universidad
Santo Tomás Los Ángeles
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