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La Tribuna
Columnista

Mi colega Mariano

Mario Ríos Santander

por Mario Ríos Santander

No me gusta leer y oír tantas alabanzas cuando hubo tanto silencio. Tengo ahora el natural temor de que el silencio vuelva, ya terminado su funeral, a ser parte de una cuestión tan resiliente en la vida de personas como Mariano. Y la razón es una sola. Mariano es de los que logra extender la vida más allá de un funeral repleto de discursos, como si el hecho de depositar bajo la tierra su cuerpo, sea el fin de todo. Si fuera así, en vano se expresaron ideas, palabras opiniones, acciones por tan largo tiempo a fin de hacer partícipe de la paz a tantos que fijaron sus ojos, algunos su propia vida, en su pasar público. Quien hace de la esperanza una razón de su vida, aunque ella esté instalada en una persona distinta, ya se ha ganado el cielo. No es misionero, ello solo se da como expresión pública, en quienes son consagrados y Mariano, no lo fue, pero fue. Es decir, de su vida pública hizo una misión, o mejor aún, una "voluntad de ser", recogiendo lo mismo que respondió Gabriela Mistral, cuando le preguntaron por Chile. 

Pero, ¿por qué los silencios? ¿Acaso es así simplemente porque es mejor? O algo más complejo, ¿porque debe ser así?  El problema que se callan los valores por los cuales se luchan y aunque, Mariano en su diario andar público, logró un amplio respaldo, siempre primeras mayorías regionales y altas votaciones nacionales, su lugar de trabajo, la institucionalidad superior de la nación, no fue capaz de destacarlo como figura central de una doctrina, la misma que dio origen a la fundación de su partido, la Democracia Cristiana, simplemente porque su personalidad, reflejo de una paz interior, poco común en las altas esferas de la República, permitió a los más osados ocupar funciones que en la estricta razón, debieron ser conducidas por Mariano. En el Senado, nunca, sus colegas de otras partidos, tuvieron duda alguna de sus capacidades y claridades doctrinarias que, no siendo compartida por algunos, ya lo digo, nunca vieron en Mariano segundas voces y ello,  lo elevó a la calidad de hombre confiable, de metas conocidas, y disposiciones personales definidas, valores estos, que en tiempos en que la mediocridad es un asunto ajeno al quehacer público-político, la inteligencia y la prudencia, tenía en Mariano, uno de sus exponentes.

Ahora, Mariano marchó. ¿Será el caso que ello signifique que los silencios en torno a su persona hayan concluido?  Su partido tiene la palabra en primer lugar. Por lo demás, ha dejado como testamento político su libro que, con infinita paciencia, escribió para los historiadores tengan otras miradas de nuestro Chile. Quienes lo hemos leído, fuera de sorprendernos los mil detalles del pasar social y político de nuestro Chile querido, nos permitió conocer más profundamente su alma, el raciocinio doctrinario dispuesto en cada paso, las razones de ello, las resistencias, los aplausos, las dudas, la inquietud del corazón, todo. Mariano no esconde nada. Quién sabe si ese es el primer camino para que los silencios en torno a su persona, sean ahora, voz de la historia.

Mario Ríos Santander

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