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Columnista

Chile envejece en silencio: el futuro que no estamos dispuestos afrontar

Claudia Carvallo

Directora del Centro de Investigación en Gerontología Aplicada (CIGAP).
Universidad Santo Tomás.

por Claudia Carvallo

Chile envejece, y lo hace a pasos acelerados. Según los datos preliminares del Censo 2024, donde por cada 100 menores de 15 años, hoy hay 79 adultos mayores. Chile se ha convertido en el país con la tasa de envejecimiento más alta de América Latina. Y como si esto no fuera suficiente, la Tasa Global de Fecundidad se desplomó a 1,16 hijos por mujer, una de las más bajas a nivel mundial.

Este fenómeno demográfico no es un simple cambio estadístico, es un punto de inflexión que afectará todas las estructuras sociales, económicas y culturales del país. Hoy convivimos con una población que no solo es más longeva, sino también más enferma. El 69,8% de las personas mayores de 80 años padece hipertensión arterial, el 36% sufre de artritis o reumatismo, el 35,3% tiene colesterol alto y el 29,6% vive con diabetes.

Estas cifras son aún más preocupantes cuando aumenta la probabilidad de disminuir la función cognitiva, dar paso al deterioro cognitivo y/o demencia; Según el Ministerio de Salud, aproximadamente 200 mil personas viven con demencia en Chile, y se proyecta que ese número se triplique para 2050. Ya hoy, el 7% de los mayores de 60 años presenta deterioro cognitivo, cifra que se eleva a un impactante 32,6% entre los mayores de 85 años.

A esto se suma un enemigo silencioso que avanza desde edades tempranas: la obesidad. Un informe reciente de la Federación Mundial de la Obesidad revela que el 42% de los adultos chilenos viven con esta condición, la tasa más alta de América Latina. En apenas cinco años, se espera que 14 millones de personas adultas en el país sean obesas. Este factor de riesgo no solo compromete la calidad de vida, sino que acelera la aparición de enfermedades crónicas, deterioro cognitivo y dependencia funcional.

Y la gran pregunta sigue siendo: ¿quién sostendrá esta carga?  La estructura laboral no está preparada para este nuevo escenario. No existen incentivos reales para postergar la jubilación, ni políticas integrales que enfrenten el impacto del envejecimiento sobre el empleo. Las pensiones son bajas, insuficientes y, en muchos casos, indignas.

Mientras tanto, se reducen las horas de trabajo y se promueven cambios estructurales sin preguntarnos si habrá suficientes trabajadores para sostener el sistema. La base tributaria será cada vez más pequeña, más frágil, mientras la demanda por atención médica, cuidados de largo plazo y ayudas sociales crecerá como nunca antes.

Más complejo aún es el hecho de que muchos de los adultos mayores que requerirán asistencia intensiva en las próximas décadas no tuvieron hijos. Esta no es una crítica moral a una decisión personal, sino un dato que debemos considerar: no habrá redes familiares suficientes para cuidar a esta creciente población envejecida, por lo que toda esa responsabilidad recaerá en el Estado y, en consecuencia, en los trabajadores activos que aún queden.

Chile requiere una política nacional de envejecimiento, una reforma previsional profunda, estrategias de promoción de salud que comiencen desde la niñez, y un debate honesto sobre la edad de jubilación. Seguir postergando esta discusión es simplemente irresponsable.

Porque en el país que dejó de nacer, el futuro no es una promesa: es una carga. Y si no hacemos nada ahora, la vejez será más larga, más sola, más enferma y no solo será un problema individual, sino el colapso inevitable de todo un modelo de desarrollo.

Claudia Carvallo

Directora del Centro de Investigación en Gerontología Aplicada (CIGAP).

Universidad Santo Tomás.

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