Hay una minoría indígena que si es violenta y no teme en hacer daño& basta de decir que todo es montaje

Hace un par de años, me tocó cubrir periodísticamente el conflicto mapuche en la vecina provincia de Malleco. Fue precisamente en el 2014 donde prácticamente todos los meses, tenía que salir rápidamente en automóvil desde Los Ángeles con destino a las localidades de Collipulli, Pidima, Victoria o Ercilla por los ataques incendiarios o situaciones de alta violencia que ocurrían en dicho lugar.

Si bien, hay situaciones que no puedo asegurar si eran protagonizadas por los grupos indígenas u otras que algunos tildan de “montajes”, hay otras donde tengo plena certeza que era así, eran nuestros hermanos mapuches.

Quizás nunca hablé de estos episodios de violencia porque los periodistas no nos caracterizamos por ser la noticia, sin embargo, hoy, aprovechando la coyuntura y los violentos ataques ocurridos durante esta semana en La Araucanía y que  obligaron al gobierno a invocar la Ley antiterrorista, les contaré parte de esta experiencia.

En mi primera visita a la “zona roja”, fui interceptado por una turba de 20 personas que cortaron con troncos el camino. Estaban encapuchadas y hablaban en lengua originaria. Me apuntaron con armas y me obligaron a mover el vehículo hasta un lugar entremedio de unos árboles. Ahí me tuvieron retenido por cerca de 40 minutos, mientras dos personas más me apuntaban con dos escopetas, me insultaban y me decían “huinca, te las vas a ver”.

Me preguntaban en reiteradas ocasiones qué hacía ahí. Yo les explicaba que era periodista y que necesitaba cubrir los hechos que estaban sucediendo. Pude hacer un llamado a mi equipo, quienes se manifestaron preocupados, no sabían qué hacer y yo tampoco.

Finalmente, tras diversas pruebas que era periodista, me dejaron salir y pude ver a una gran cantidad de comuneros, armados todos con diferentes pistolas, escopetas y otras que desconozco, que me daban el paso para retirarme del lugar.

Habían decidido que no estaba autorizado a hacer mi trabajo, ni siquiera en los caminos públicos. Mientras me retiraba, vi que había otro hombre al cual lo estaban despojando de su camioneta, lo apuntaban con armas y lo obligaban a caminar. Yo lo ayudé a salir de ahí, lo subí rápidamente al auto y aceleré. Era el cura párroco de Ercilla, Francisco Millán, que iba a visitar a algunas personas del lugar. El cuadro era muy triste, porque más tarde su camioneta apareció quemada.

En otra ocasión, mientras entrevistaba al agricultor Hernán Bayer, sobre la violencia desmedida que se vivía en su propiedad, el Fundo La Higuera, pude observar y escuchar como los comuneros disparaban a distancia contra la casa ubicada en la cumbre de una loma que tenía el terreno. De hecho, tuvimos que ubicarnos en otro sector, por temor a resultar heridos.

Ante esta serie de hechos similares, me cuesta entender las posiciones muchas veces de personas que, estando en Santiago o en otras ciudades, incluso en organismos internacionales y que nunca han estado en la zona, que hable y aseguren que todos los atentados o hechos de violencia son meros montajes. No es así. Incluso hay comunidades indígenas que en su mayoría son muy pacíficas y que viven con un temor permanente. Y no se atreven ni siquiera a hablar.

Lo mismo ocurre con pequeños parceleros o agricultores, que no tienen la culpa de los problemas que hubo en la “Pacificación de La Araucanía”.

La violencia, no puede ser justificada por nadie. No es el camino. Los gobiernos, deben perder la cobardía a exigir la aplicación de la ley, cualquiera esta sea y que permita que los delincuentes, ya sea indígenas o chilenos estén donde deben estar.

En los caminos rurales de Malleco, se siente el miedo. Yo estuve ahí, vi la violencia, vi muertos y a personas que lo perdieron todo.