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La Tribuna

Una reflexión de fondo tras el debate presidencial

por Leslia Jorquera

Juan Pablo Vergara.
Periodista Diario La Tribuna

29-09-2017_19-08-051__JuanPabloVergara /

¿Desde cuándo las elecciones presidenciales se transformaron en un producto mediático más? ¿A partir de cuándo los ciudadanos nos transformamos en electores y con ello en una ficha más sujeta sólo a ser arrastrada hacia un sector de la mesa como lo hace un crupier luego que la ruleta deja de dar vuelta? Esta y otras preguntas surgen tras analizar el primer debate televisivo que sostuvieron los ocho candidatos a la presidencia de Chile.

¿Es culpa del formato de los medios de comunicación que en su afán por ganar rating privilegia el enfrentamiento y no la conversación y el entendimiento? ¿Qué sentido tiene elegir autoridades que lo único que buscan es congraciarse con sus adeptos e intentar incorporar a otros a su mismo círculo de pensamiento y opinión?

Lo visto en el debate organizado por la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) da cuenta, curiosamente, de un fenómeno similar al negocio en el que incurren, precisamente, las empresas periodísticas asociadas a esta entidad, el repartirse “la torta publicitaria”. Así como los canales de televisión, las radios, los medios impresos y digitales buscan acrecentar sus ganancias a partir de la participación que logran dentro de esta torta, los candidatos presidenciales a través de sus mensajes intentan lo mismo, pero con los electores.

La teoría del marketing en todo su esplendor aplicada a la política, donde lo que importa son las “mayorías”, aquellas que, de alcanzarlas, nos prometen el mejor de los retornos: el poder.

Rehuir el debate serio de ideas y la entrega de propuestas concretas y sensatas no es el camino, por el contrario, intentar dañar la imagen del adversario y en lo posible reforzar el discurso que me hace fuerte dentro de mi “nicho” o electorado es la receta que utilizaron todos los candidatos, una técnica que al menos garantiza permanencia y visibilización. Más que mal, incluso hasta el mismo sistema electoral promueve esta lógica perversa de que el no ganar no resulta tan mal negocio si consideramos que por cada votación el Servicio Electoral devuelva una suma de dinero a los candidatos que la obtuvieron.

La provocación y la desacreditación se imponen por sobre los acuerdos y el acercamiento; la división y el enjuiciamiento por sobre la integración y el perdón. ¿Hacia que sociedad apuntamos? ¿No es hora de replantearnos como ciudadanos la figura de nuestras autoridades y también, de paso, el mecanismo de cómo las seleccionamos? Creo oportuno meditar sobre esto.

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