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Columnista

Inteligencia artificial: ¿Hacia dónde vamos?

Leslia Jorquera

Osvaldo Segovia Zúñiga

Académico

Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas

Universidad Central

por Leslia Jorquera

La interrogante respecto de si la inteligencia artificial terminará superando a la inteligencia biológica fue la que terminó generando aún mayores dudas. No hubo acuerdo definitivo.

 En el reciente Congreso del Futuro realizado en nuestro país, uno de los paneles más controversiales, fue el dedicado a la “Inteligencia Artificial”. En este contexto, la interrogante respecto de si la inteligencia artificial terminará superando a la inteligencia biológica fue la que terminó generando aún mayores dudas. No hubo acuerdo definitivo.

Por un lado, el Dr. Hiroshi Ishiguro, ingeniero y director del Laboratorio de Robótica Inteligente, de la Universidad de Osaka e inspirador, tanto en imagen como semejanza, del androide Geminoid, indicó que “a futuro queremos una sociedad robótica donde los androides y los humanos puedan convivir”, señalando el desafío de lograr que los robots muestren estados emocionales, faceta privativa hasta el momento del ser humano. Por otro lado, el doctor en Informática y experto en robótica avanzada de la Universidad de Stanford, Oussama Kathib, se refirió al aspecto clave que sería el que los robots aprendan a trabajar en equipo con otros robots.

Finalmente el doctor en Historia, especializado en proceso macro históricos y autor del Best Seller “Sapiens: Una breve historia de la humanidad”, Yuval Harari, se refirió a la separación de dos elementos que hasta ahora permanecían unidos: La inteligencia y la conciencia. Es así como en términos muy simples, la conciencia sería la capacidad de sufrir, característica propia de los humanos y los animales, pero que no tendrían hasta el momento ni los computadores ni los robots, que en la práctica si serían muy inteligentes.

Es quizás este último concepto el que más llama la atención, por cuanto el sufrimiento es inevitable, pero es factible comprender su sentido y esta comprensión puede eventualmente transformar ese dolor en un camino de crecimiento y plenitud.

Si el dolor entendido como el sacrificio que debe realizar el ser humano para lograr sus objetivos, lo lleva finalmente a valorar su vida y su relación armónica con el medio (la naturaleza y el resto de los seres humanos), entonces el fin último de la educación en general y la superior en particular, debería ser entregar a sus estudiantes, esa capacidad de “sufrir” y, por ende, de entender el compromiso que tienen con el mundo.

Si por un momento aceptamos lo anterior, entonces las universidades desempeñan un papel fundamental, por cuanto deberían ser las formadoras de estos seres humanos que aplicando su inteligencia biológica, trabajando en equipo con otros seres humanos, deberían ser capaces de transformar este mundo en algo mejor.

La pregunta lógica que surge entonces es, ¿Qué están haciendo actualmente las instituciones de educación superior?, ¿especializándose en formar robots profesionales y entregando inteligente educación artificial? Para pensarlo al menos.

 

Osvaldo Segovia Zúñiga

Académico

Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas

Universidad Central

 

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