Editorial

Inclusión y laguna Esmeralda

Laguna Esmeralda, Fredy Muñoz / La Tribuna
Laguna Esmeralda / FUENTE: Fredy Muñoz / La Tribuna

La laguna Esmeralda es uno de los lugares más lindos de la ciudad de Los Ángeles. De eso no hay duda alguna. Es parte de nuestro imaginario colectivo como habitantes de esa capital provincial, un lugar que nos identifica, especialmente cuando estamos en otras latitudes y nos encontramos con otro angelino. De inmediato afloran los recuerdos de la urbe donde vivimos. Ahí recordamos la plaza, la laguna y otro puñado de lugares que tienen esa característica de aglutinar el recuerdo común.

No es para menos. Se trata de un maravilloso ojo de agua que está a unas cuantas cuadras de la plaza de armas que hace más de un siglo es escenario frecuente de paseos familiares, especialmente en los fines de semana. Es habitual que los niños y niñas recorran sus márgenes hasta alcanzar el islote, se suban a los botes o trepen en los dinosaurios gigantes para dejarse caer por los resbalines. La inmensa mayoría de las ciudades en Chile no tiene espacios con estas características. La laguna Esmeralda, en muchos sentidos, es un lugar único.

Sin embargo, hay un detalle. Aunque suene paradójico, ese recinto no es para todos. Si observa con detención, se dará cuenta de lo que le estoy escribiendo. Imagínese que tuviera problemas de desplazamiento y debe usar sillas de ruedas o, en su defecto, bastones o muletas. No hay bajadas en las soleras. Tampoco rampas para los distintos niveles del recinto, todo lo cual se concentra en el costado sur. Solo escaleras y más escaleras.

Si se trata de una persona ciega, el panorama no es mucho mejor. Las baldosas podotáctiles, que son diseñadas para que puedan orientarse con mayor seguridad en las calles y en las esquinas cuando se desplazan con la ayuda de un bastón, simplemente no existen, no están, no se utilizan en ese lugar. Para una persona ciega, es caminar en la más completa incertidumbre.

Los juegos tampoco han sido diseñados para personas que necesidades especiales. Muchos menos el acceso a éstos, tomando en cuenta la fina gravilla que se vuelve en un dolor de cabeza para las sillas de ruedas.

En Los Ángeles ha habido esfuerzos relevantes en materias de inclusión, los cuales partieron desde los años ’90 cuando, por primera vez, se bajaron las soleras en las calles de más alto tráfico. Después, se incorporó el lenguaje braille en los semáforos para ubicar a las personas ciegas cuando se desplazaban por las calles céntricas. Hace poco se añadieron los sonidos que avisan cuando hay luz verde o roja. Lo mismo se observa en las calles que incorporaron las baldosas podotáctiles.

Sin embargo, la laguna Esmeralda, cuyo espacio es más o menos equivalente a una manzana completa, definitivamente no es inclusiva. No considera a un sector de la población que, por distintas razones, debe tener ayudas para trasladarse de un lugar a otro.

Claro, fue diseñado hace más de 100 años y aunque se le han hecho importantes mejoras en las últimas décadas, se ha ido ese muy importante ese importante detalle: que efectivamente sea para todos y todas, sin distinción.

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