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Nuestra herencia

por La Tribuna

Monolito fuerte San Diego, Tucapel / Archivo La Tribuna

La serie de fortificaciones españolas levantadas a lo largo de los ríos Biobío, Laja y Duqueco, concentrados principalmente en la provincia de Biobío, representan mucho más que vestigios militares; son testigos mudos de la compleja historia de la conquista y colonización de la frontera sur de Chile. Estas estructuras, que marcaron la línea divisoria entre el dominio español y los territorios mapuche, forman un patrimonio histórico que merece ser recuperado, estudiado y difundido.

El fuerte de Nacimiento, erigido en 1604, es el más antiguo de esta red de fortificaciones. Estratégicamente ubicado en la ribera norte del río Biobío, cumplió un rol crucial como punto de control y defensa durante la Guerra de Arauco. Junto a él, se establecieron otras fortificaciones en el siglo XVII, como Santa Cruz de Oña y Millapoa, cuyas historias, aunque menos conocidas, también contribuyen a comprender la dinámica de ese periodo de la historia, marcado por una permanente belicosidad.

En el siglo XVIII, el esfuerzo por consolidar la presencia española en la región impulsó la construcción de nuevas fortificaciones, destacando el fuerte de Tucapel en 1724, ubicado en la ribera norte del río Laja. Este recinto marcó un punto de partida para el control del valle conocido como la Isla de la Laja que ahora es lo que conocemos como provincia de Biobío. Más tarde, en 1739, se fundó la plaza fuerte de Los Ángeles, en el corazón del territorio en cuestión, que se convirtió en un importante centro administrativo y militar. Le siguieron el fuerte de Santa Bárbara (1756) en la ribera norte del Biobío; San Carlos de Purén (1770), más al sur en el valle central; Ballenar (1787), a orillas del río Laja en Antuco, y Príncipe Carlos (1788), todos vestigios de una red militar que se extendía para proteger las rutas y asentamientos.

Además de estas estructuras, existen referencias de otras fortificaciones como Mesamávida, aunque carecen de estudios detallados que permitan comprender su historia y relevancia. Esta carencia subraya la urgencia de promover investigaciones arqueológicas y programas de restauración que pongan en valor estos lugares.

La recuperación y divulgación de este patrimonio no solo permitiría preservar la memoria histórica, sino también educar a las nuevas generaciones sobre la importancia de estas estructuras en el desarrollo de la región. Además, estas iniciativas podrían fomentar el turismo cultural, atrayendo visitantes interesados en explorar los orígenes de Chile y revitalizando las economías locales.

En un momento en que el patrimonio histórico se enfrenta el riesgo cierto del olvido, las fortificaciones españolas del Biobío son un llamado a la acción. Es hora de que estas piedras hablen de nuevo, de que sus historias sean contadas y sus muros, testigos de un pasado de tensión y resistencia, sean restaurados para el beneficio de todos. Divulgar su existencia y significancia es un deber que trasciende generaciones y fortalece nuestra identidad como pueblo, en el entendido que son parte de una herencia que debemos cuidar.

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