Identidad

La sorprendente vida de Raquel Barrera, la cantora campesina de Los Ángeles

A sus 81 años, la destacada folclorista repasa las principales facetas de su vida. Desde su vida en la zona rural de Quilleco, de sus carencias y necesidades, y de cómo salió adelante con sus hijos a cuestas, con la música y la poesía como principales compañías. También de la vez que fue elegida la primera reina guachaca en la ciudad.

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Raquel Barrera-1 / FUENTE:

Es 27 de febrero de 1977. Raquel Barrera se sube por primera vez al escenario montado en el estadio fiscal de Los Ángeles para interpretar como solista una tonada de su autoría.

Era la segunda versión del Festival de Las Cosechas, certamen organizado por las organizaciones campesinas de la zona, para resaltar las costumbres y tradiciones rurales.

Raquel subió solo acompañada de su guitarra que aprendió a tocar escuchando a viejas cantoras, y un vestido confeccionado por ella misma con restos de géneros. Interpretó una tonada que compuso en un cuaderno viejo, en los ratos de descanso en su trabajo.

Nunca imaginó la reacción del público. Tampoco que se codearía con renombrados artistas campesinos de la época como Jaime Figueroa El Palenque o Valericio Lepe. Mucho menos que llegaría a ser una de las ganadoras del certamen. La ovación del público le entregó el rótulo de cantora campesina, que la ha acompañado hasta nuestros días.

30 de julio de 2016. Es de noche y Raquel Barrera baja del escenario con una vistosa corona sobre su cabeza. Después de una votación en las redes sociales, ella simplemente arrasa y logra el cetro de Reina Guachaca, en la primera versión del evento que se realiza la Municipalidad de Los Ángeles.

Ella, que representa al club de adultos mayores Dejando Huellas, es aplaudida a rabiar por los más de 5 mil asistentes a la cita guachaca. Su chispa y alegría en la fase previa le permiten ganarse la aceptación de los vecinos que la eligen como la mejor representante para ese título.

Sin embargo, dos días después de semejante reconocimiento volvió a lo suyo en el sector la Vega de la ciudad. Entre el bullicio de las personas, de los autos, entre el aroma de frutas y verduras, retomó su rutina habitual de vender sopaipillas, café y huevos duros que ofrece a sus clientes habituales. Nada cambió en ella, pese al título de reina conseguido un par de jornadas antes.

Porque esta mujer que nació en esos aires tan prístinos de la hacienda San Lorenzo (de Quilleco hacia la cordillera, justo frente a la imponente Sierra Velluda) nunca olvidó sus raíces campesinas ni que su esfuerzo le permitieron sacar adelante con su numerosa familia (seis hijos, 22 nietos y siete bisnietos).

Criada con padres adoptivos, se empapó de las tradiciones campesinas. Supo de la disciplina de trabajar en el campo, de criar animales, de llevarlos y bajarlos de las veranadas, de cuidar la huerta.

De ser testigo, desde ahí, de costumbres muy acendradas, como en las novenas de San Juan y del Carmen. También en la cruz del trigo para San Francisco. Todos participaban, entre todos se repartía el estofado y el vino.

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De aprender a tocar guitarra de oídas escuchando a cantoras campesinas que escuchaba en las noches y cuyas letras y afinaciones albergó en su memoria para siempre.

Su vida siempre ha sabido de sacrificios, de muchos sacrificios. De tener que criar prácticamente sola a sus seis hijos, partiendo desde la nada; de tener que trabajar en lo que fuera, desde empleada de casa particular hasta en una fábrica de explosivos, pasando por empresas de conservas y tantos otros oficios. De tener que esforzarse siempre, de tener que quitarle siempre horas a la noche para alargar las jornadas de trabajo, de tener siempre un momento para crear poesía y canciones.

Ella, Raquel Barrera, que vivió con su numerosa prole en El Tránsito, ese campamento precario que albergó a miles de personas que llegaban a Los Angeles buscando oportunidades y que solo encontraban pobreza y más pobreza. De ser una de las damnificadas por aquel incendio que arrasó con parte importante de la población, de ser reubicada prontamente en la población Córdova cuando ya tenía sus seis hijos a cuestas.

Pero también Raquel Barrera supo de muchos logros, alegrías y realizaciones personales. De sacar adelante a su familia, de ganarle a la vida, a pesar de su dureza. De escribir poesía, de componer sus propias canciones - cuecas, valses y tonadas -  que rememoran a su vida en el campo, que homenajean a aquellas anónimas cantoras campesinas.

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Desde aquella vez que subió por primera vez a un escenario para el Festival de las Cosechas, no se detuvo su presencia en los más distintos eventos. Participó y ganó certámenes folclóricos, así como concursos de cueca en muchas latitudes, no solo de la zona sino que del país. Era número puesto en animar la inauguración de un nuevo conjunto habitacional, un remozado establecimiento de salud. Incluso, lanzó una producción musical con cuecas, todas de su autoría. Se la dedicó a Quilleco, su tierra natal.

Ser la primera reina guachaca de Los Ángeles hace ya algunos años, fue el corolario para una vida de esfuerzo y dedicación, de un cariño inmenso e imperdurable por sus orígenes campesinos.

Ahora, con su salud feble por las enfermedades y la edad, recuerda esos tiempos. En la tranquilidad de su casa de la población Córdova, al diligente cuidado de sus hijas, revisa sus anotaciones, las cientos de poesías que florecieron en su cabeza, en las melodías que brotaron siempre generosas.

No olvido lo que dejé en el campo. No puedo olvidar mis raíces, señala con sincera emoción.




matomo