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La Tribuna
Columnista

Los Ángeles y su ciénaga

Mario Ríos Santander

por Mario Ríos Santander

En la imaginación pero con fundamentos sólidos, conversábamos de don Pedro de Córdova y Figueroa, adelantado español que llega a estas tierras mandatado por don José Manso de Velasco, a fundar una plaza fuerte en este territorio que permita, abastecer fuertes, miradores y otros estropicios de chivateos, pólvora y cañonazos, ubicados a lo largo del Biobío. El adelantado, Pedro de Córdova, fiel cumplidor del Capitán General, se da a la tarea de elegir un sitio para esta fundación. Recorre lugares diversos considerando las circunstancias de esos años, combates con los mapuches, otros tantos, coyunches, más allá los pehuenches, en fin. Se trataba de crear un lugar asentado en la soledad de la Isla de la Laja, desprovista de caminos, con amplios espacios veraniegos resecos, en grandes extensiones de suelo, sin cultivo alguno debido a las arenas gruesas, cubriendo extensiones enormes, con vegetación baja, espinuda, salvo, quillayes, litres otros, con alturas algo más elevada. En suma, nada espectacular.  

A don Pedro le complicaba esto de estar tan a campo abierto, sin seguridad natural, que permitiera complicar un tanto los ataques que de todas maneras surgirían por la cercanía del Biobío.  Los fuertes españoles, por lo general tenían en al menos uno de sus cuatro costados, un accidente natural, río, mar, otros que dificultaba al indígena atacar. Ello significaba que la batalla solo tenía tres frentes.  Busca el lugar y se encuentra con un que, por el norte, había una ciénaga, pantano, repleto de humedades, agua, mucha agua, en toda época del año, debido a un caudal, de tal magnitud que permitía en invierno y verano, mantener una ciénaga, cuyas dimensiones eran suficientes para asegurar un frente menos de combate español.

Los que disponían de potestades para fundar una villa, asumían una responsabilidad militar. Los habitantes que llegaban a poblarla, no eran labriegos. En los primeros años, solo soldados, por ello, para el fundador de Los Ángeles, el lugar le pareció buenísimo.  No tenía una base se arena, a poca distancia un río, estero o canal, que lo bautizaron como Quilque, repleto, abundante de agua en todas las estaciones, lluviosas y secas, en fin, perfecto. Si la villa crecía, lo haría hacia el sur, ya que en el costado norte el Quilque se había hecho cargo, como ser poderoso, mantener, esa ciénaga, pantano enorme que, ya lo dijimos se mantenía inalterable, invierno y verano. 

Si Los Ángeles, hubiese fundado en estos tiempos en que los asuntos de urbanismo  y otros elementos propios de los asentamientos humanos modernos tienen a la vista, la ciénaga, (humedal hoy), no se habría tocado  y su fundación se habría concretado en torno al río Rarinco o Huaqui y no en este modesto estero que de modesto solo tiene el nombre, "estero" pero en la realidad es un enorme caudal que la naturaleza creó para alimentar en su caudal, la ciénaga ya comentada.  Quién sabe si un fundador más osado habría instalado a Los Ángeles, en el Salto del Laja, considerando su cascada en las riberas de la plaza principal de la ciudad o en las riberas de aquel encuentro del Biobío con el Vergara, lugar maravilloso pero cerca del conflicto mapuche. No prefirió el Quilque porque el humedal, (hoy Colón, Almagro, sector la  Vega), sería eterno, porque el Quilque también lo es y lo será para siempre.  

Mario Ríos Santander

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