Opinión

Cambios de paradigmas, aquí y ahora

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¿Cambiará la humanidad después de la pandemia del coronavirus?  ¿Sobrevivirá el sistema capitalista a la crisis sanitaria o ésta marca el comienzo de su derrumbe? ¿Aprenderán los seres humanos a convivir de una manera más solidaria y cooperadora o al finalizar la crisis volveremos a ser los mismos, incluso más individualistas y desconfiados? ¿Y además con un Estado supervigilante?

Todas estas preguntas se discuten en la prensa y las redes sociales con la asidua participación de sociólogos, filósofos (una disciplina que parece haber recobrado vigencia), historiadores, economistas y políticos. Huelga decir que no existe consenso alguno respecto a lo que nos espera después del aún muy incierto final de la crisis. Y esta incertidumbre es mayor en Chile, donde la crisis comenzó en medio de un estallido social, que podría volver con mayor fuerza a su término.

Y si embargo somos testigos de sorprendentes cambios de paradigmas y formas de pensar, aquí y ahora. Ellos provienen sobre todo de políticos de derecha, que parecen haber dejar de lado y de sopetón convicciones ideológicas fuertemente enraizadas en su sector.

Es así como el alcalde de Puente Alto, Germán Codina, reclama ayudas directas a las comunas por parte del gobierno central, muy por sobre los presupuestos contemplados en el Fondo Común Municipal. Sus colegas de Las Condes, Joaquín Lavín, y de La Florida, Rodolfo Carter, ambos UDI, consideran públicamente la posibilidad de un ingreso mínimo garantizado para el conjunto de la población, algo sostenido hasta ahora exclusivamente por políticos de izquierda, como el alcalde comunista de Recoleta, Daniel Jadue.

Desde las bancadas parlamentarias de RN y UDI surgen críticas a la forma como el gobierno canalizará la ayuda a las empresas a través de la banca y llaman a esta última a evitar la letra chica y no sacar provecho de la situación. Un político emblemático del pensamiento conservador, como Carlos Larraín, critica el hacinamiento en las cárceles y apoya las medidas gubernamentales destinadas a reducir la población carcelaria.

Incluso dentro del propio gobierno emerge la disposición a quebrar reglas de la hasta ahora sacrosanta ortodoxia económica de su sector con respecto a la limitación del gasto fiscal. Empiezan a aparecer flujos de recursos inimaginables hace pocos meses y todo indica que tendrán que venir más, si se quiere evitar un colapso económico y social.

Se trata de un sorprendente cambio en el discurso de sectores tradicionalmente partidarios del neoliberalismo económico, dictado probablemente por la emergencia e incluso por la desesperación, pero cuyos efectos perdurarán seguramente en el tiempo posterior a la pandemia.

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