El epicentro del sismo se ubicó cerca de Mandalay, la segunda ciudad más grande de Birmania, donde los daños han sido catastróficos.
A la tragedia inicial se sumó una réplica de magnitud 6,7, la cual provocó la destrucción de edificios, colapso de puentes y el abombamiento de carreteras en un país ya golpeado por la crisis política y económica. La junta militar que gobierna Birmania desde 2021 ha declarado el estado de emergencia en seis regiones afectadas y ha hecho un inusual llamado de ayuda internacional.
El impacto del terremoto se sintió a más de 1.000 kilómetros del epicentro, en la capital tailandesa, Bangkok, donde un rascacielos en construcción de 30 pisos colapsó, atrapando a decenas de trabajadores. Hasta el momento, se han confirmado al menos diez fallecidos en la ciudad, y las labores de rescate continúan contrarreloj.
Con las comunicaciones interrumpidas y varias regiones de Birmania bajo control de grupos armados, la magnitud del desastre aún podría ser mayor de lo que se ha reportado. Hospitales colapsados han obligado a atender a los heridos en las calles, y la falta de suministros amenaza con agravar la situación.
El gobierno de China ha enviado un equipo de 82 socorristas, mientras que India ha despachado un avión con material de emergencia. Estados Unidos también ha ofrecido ayuda para enfrentar la catástrofe.
Organizaciones humanitarias advierten que Birmania, con más de 3,5 millones de desplazados por la guerra civil, no está preparada para afrontar un desastre de esta magnitud.
Las labores de rescate continúan, pero la combinación de la crisis política, la precariedad de las infraestructuras y la magnitud del desastre hacen temer que el número de víctimas siga en aumento.
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