La semana pasada conversaba con un joven que tengo el privilegio de conocer y seguir su historia de vida. Él es un caso de éxito en hacer un cambio de una vida de precariedad a un camino de bien y esperanza, que representa la importancia de la colaboración público-privada y el interés de organizaciones y fundaciones a dedicar espacios importantes de su día a día para entregar afecto, acompañamiento, recursos y dedicación a mejorar la vida de niños y adolescentes en riesgo social que no han tenido las mismas oportunidades de otros de su generación.
Un grupo de personas de diferentes partes de Chile, unidas por la pasión de las motos, organiza hace muchos años una iniciativa de apoyo a hogares de menores en riesgo social. Comienza el periplo en Valparaíso y luego llevan su acción a otras regiones como Santiago y Coquimbo. En particular, la historia de este joven se vincula con la comuna de Ovalle. La agrupación de motoqueros decidió focalizar su apoyo en participar de forma efectiva y constante de la vida de los niños, con acompañamiento, paseos en moto, entregar ayuda en alimentos e implementos necesarios para su mejor bienestar. Su empeño era no repetir el patrón que los niños ya conocían y sufrían recurrentemente, de una familia que aparece, decepciona y luego abandona.
La realidad del hogar en la ciudad de Ovalle fue siempre bastante precaria en medios económicos y materiales, pero muy potente en el compromiso de los profesionales que servían en ese lugar. Era muy llamativo escuchar cómo los psicólogos, trabajadoras sociales y técnicos describían en detalle cada historia de vida, las personalidades, las necesidades y las ilusiones de cada niño como si fueran sus propios hijos.
Voy a nombrar a este joven como Andrés (para resguardar su privacidad). Le tocó ingresar al hogar debido al constante, descontrolado maltrato y agresiones de su padre alcohólico y el abandono de su madre, que decidió dejar el hogar por los mismos motivos y se fue sin él. Eso ocurría cuando él tenía cuatro años. Crece, estudia, duerme y completa toda su niñez y adolescencia en régimen de internado, de lunes a lunes, en el hogar de menores. Sus oportunidades y contacto con la sociedad transcurren solo en las instancias que la rutina escolar le permite. Como él menciona, las tías del hogar fueron su familia y la pieza compartida su casa.
Describe Andrés que las cosas más complejas eran el encierro, tolerar a los chicos violentos, no tener privacidad y pasar Navidad dentro del hogar.
Los motoqueros crearon una beca de estudios superiores para cubrir todos los gastos de los jóvenes que egresan de cuarto medio y acompañarlos en su camino en la educación superior. Al inicio Andrés recibe el beneficio de la beca, luego tres más del mismo hogar lo siguen, aceptan el desafío, quiebran la mano del destino y dejan una eventual vida de delitos y abandono, por una profesión y forjar su propio destino. Técnico en deporte, minería e ingenieros son las profesiones que hoy estos jóvenes lucen con total orgullo.
Los profesionales del hogar, los motoqueros, el colegio, los institutos y universidades, conscientes de la realidad de estos jóvenes, dispusieron de todas sus voluntades para apañar y animar a aprobar ramos y semestres. Hoy, todos ellos profesionales, independientes y formando sus familias, son el ejemplo que si queremos romper el ciclo de la delincuencia debemos actuar en conjunto como sociedad, de forma preventiva, intervenir tempranamente, crear iniciativas, perseverar y por ningún motivo abandonar.
Si hay algo que Andrés recalca en su testimonio, es que su mayor aliciente siempre fue sentir que había personas que se preocupaban por él, que estaban siempre ahí y que no llevaban un regalo para Navidad por cumplir y nunca más aparecían.
Un gran saludo a los motoqueros (ellos saben quiénes son), a las tías y tíos del hogar Niño y Patria de Ovalle y tantos otros que no cejaron en el intento de cambiar la vida de Andrés.
Jorge Contreras Blümel
Consultor y docente en Seguridad Pública Ciudadana
@contrerasblumel
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